No todo el mundo tiene la suerte de encontrarse con una mujer medicina. Y cuando digo suerte, no me refiero al azar que se presenta en los calendarios ni a las coincidencias que a veces creemos significativas. Me refiero a esos milagros cotidianos que, una vez que suceden, ya no puedes volver atrás. Ella no llega para ser parte de tu vida: llega para transformarla.
Una mujer medicina no se anuncia. No necesita ruidos ni luces. Aparece como el viento que no viste venir pero que, cuando lo sientes, ya te ha envuelto por completo. No siempre es la más habladora en una reunión, ni la que más brilla a los ojos ajenos, pero es imposible no sentir su ausencia una vez que se ha ido. Su energía permanece en las paredes, en las preguntas que dejó flotando, en la mirada que te cruzó y te hizo temblar por dentro.
Es agua que limpia y fuego que arrasa. No se adapta, no pide permiso. Ella es. Y ser, para muchos, ya es demasiado. No es necesario explicarse. Su presencia desarma sin gritos. Habita un mundo donde la verdad no se maquilla, y donde el alma tiene prioridad sobre las apariencias. Mira sus ojos. Casi siempre hay tristeza, casi siempre hay alegría. A veces ambas cosas a la vez. Esa mirada es un espejo, pero no cualquiera: es uno que te muestra lo que eres sin adornos ni filtros.
Muchos no logran entenderla. Su intensidad se confunde con inestabilidad. Su independencia se interpreta como ego. Su sensibilidad es mal leída como fragilidad. Pero están equivocados. Lo suyo es otra liga, otra frecuencia, otra profundidad. Su amor no se mide en gestos previsibles, sino en lo que provoca. Y lo que provoca, rara vez es cómodo. Una mujer medicina no llega para llenar tus vacíos. Te los señala. Y te deja claro que son tuyos, que solo tu puedes llenarlos. No viene a rescatarte. Viene a despertarte. Y eso, para muchos, es insoportable. Porque implica mirar adentro.
Ella no negocia su esencia. No disfraza lo que siente. Si algo duele, lo dice. Si algo vibra, lo sigue. Y por eso, a veces, se aleja. Porque el mundo está lleno de medias verdades, de amores a medias, de personas que huyen del fuego sin entender que a veces es necesario quemarse para renacer. Cuando se va, no deja rastro. No hace ruido. Pero en ti deja un eco que no se apaga. Te sella el alma. Y te obliga a preguntarte si alguna vez estuviste realmente vivo antes de que ella llegara.
Aman como nadie, ¡Dios como aman!. No con la lógica. No con las reglas. Con el corazón abierto y el alma en carne viva. Con la pasión de una tormenta que no pide permiso. Con la ternura de quien sabe que todo es efímero. Y ese amor, que no conoce límites, no es apto para cualquiera. Si no sabes amar así, te quema. Si no estás listo, te asustas. Porque amar a una mujer medicina es entregarte sin miedo. Es mirarte en un espejo profundo y aceptar que todo lo que eres, lo bueno, lo roto, lo oculto está a la vista. Y ella no te juzga, pero tampoco te adula. Te muestra. Y eso, en estos tiempos, es revolucionario. No esperes que se quede si no hay verdad. Sin súplica. Ninguna ruega. No pide amor: lo da. Pero si no puede fluir, si no hay reciprocidad, si se topa con la cobardía, se va. Y lo hace sin mirar atrás. Un renacer. A volver a construir su mundo, más fuerte, más consciente, más real. Después de ella, la vida sigue. Pero nunca igual. Los abrazos se sienten más vacíos. Las conversaciones menos profundas. Las otras personas parecen copias descoloridas. Porque ella era el original. Era lo verdadero.
Los que la dejan ir, a veces lo hacen porque no saben cómo sostener su luz. O porque confundieron intensidad con drama. O porque eligieron la calma aparente de la rutina por encima del fuego de lo impredecible. Pero ninguno la olvida. Nadie puede. Ella es una tormenta que te desordena por dentro. Y después de eso, aunque consigas ordenar tu vida, sabrás que hay un rincón donde algo cambió para siempre. Y no, no es perfecto. Tiene heridas. Muchas. Algunas visibles. Otras enterradas. Pero las muestras. No se avergüenza de su dolor. Ha hecho de sus cicatrices una medicina. De su vulnerabilidad, una fuerza. De sus sombras, una danza. Es por eso que su sola presencia cura. No porque tenga la solución a tus problemas. Sino porque te recuerda que se puede vivir de otra manera. Que se puede amar sin miedo. Que se puede ser auténtico en un mundo que te pide máscaras. Ella no es para todos. Y no todos son para ella.
Pero si alguna vez compartiste su fuego, su risa, su mirada, sabes de qué hablo. Sabes que después de ella no se vuelve al punto de partida. Que su paso es como una marca en el alma. Que, tal vez, su misión no era quedarse, sino empujarte hacia ti mismo. Porque ella no te pertenece. Ni tu a ella. Pero sí se quedan esas huellas que no se borran. A veces pienso que la vida las manda como recordatorio. Como mensajeras de lo verdadero. No del amor de película, ni del romanticismo de escaparates. Sino del amor que te quiebra para reconstruirte. Que te sacuda para despertarte. Que incomoda, pero también libera.
Si alguna vez tuviste esa suerte, no la mires con nostalgia. No la encierres en lo que no fue. No le pongas etiquetas que no necesitas. Mejor preguntate: ¿Qué aprendí de ella? ¿Qué parte mía despertó? ¿Qué verdad me mostró? Porque ahí está su regalo. En tocarte el alma y recordarte que vivir, realmente vivir, duele a veces. Pero vale cada segundo. Y si nunca conociste a una… no la busques. Porque ella no llega cuando quieres. Llega cuando estás listo. Porque una mujer medicina aparece justo cuando más necesitas recordar quién eres. Y cuando se va, no te deja vacío.
Te deja despierto.
Preguntas Frecuentes (FAQs)
- ¿Qué significa ser una “mujer medicina”? Es una mujer que, con su autenticidad, sabiduría y sensibilidad, provoca transformación. Cura con su forma de vivir, no con fórmulas.
- ¿Por qué son incomprendidas? Porque su intensidad, profundidad y honestidad exigen una evolución interna que muchos aún no están preparados para enfrentar.
- ¿Cómo saber si fuiste amado por una? Si después de ella todo cambió, si aún recordás su fuego y mirada, entonces sí: lo fuiste.
- ¿Puede volver si se fue? Solo si hay verdad y evolución. Ella no repite ciclos: los trasciende.
- ¿Cómo prepararme para una mujer así? Sanando tus heridas, dejando de temer al amor real y aprendiendo a sostener la verdad.
Angel Vázquez
Explorador de las emociones y las relaciones humanas, escribe para comprender y compartir lo que nos hace auténticamente humanos.
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