Siempre nos han dicho que la bondad es el camino correcto. Que ser buenos nos hace mejores personas, que nos acerca a los demás y que, de alguna forma, nos otorga paz. Pero lo que rara vez nos advierten es que ser bueno no siempre significa ser justo, y que a veces, la justicia requiere de nosotros algo más que amabilidad: requiere coraje.

La justicia es incómoda. Nos obliga a decir lo que otros callan, a defender lo que no siempre es popular, a tomar decisiones que, aunque necesarias, pueden doler. Nos han enseñado que la bondad es el sendero seguro, pero la verdad es que lo más difícil en la vida no es ser bueno, sino ser justo. Porque para ser justo, hay momentos en los que se necesita ser firme, y otras veces, incluso parecer el villano en la historia de alguien más.

Hay una diferencia entre ser bondadoso y ser complaciente. Muchas personas creen que están siendo buenas cuando, en realidad, solo están evitando conflictos. Ceden, callan, permiten que otros tomen ventaja. No porque no vean la injusticia, sino porque prefieren la tranquilidad de evitarla. Pero lo que en apariencia parece noble, a menudo es cobardía disfrazada de gentileza. La justicia, en cambio, no es silenciosa. No se esconde en las sombras ni se retrae ante la incomodidad. A veces, ser justo significa ser quien señala el error, quien dice lo que nadie más se atreve a decir. Ser justo significa perder la simpatía de los demás. Y ese, quizás, es el precio más alto de todos.

Hacer lo correcto no siempre se siente bien. Hay momentos en la vida en los que elegir la justicia significa decepcionar a alguien, romper con lo establecido o asumir el peso de la desaprobación. No es fácil ser quien dice que no cuando todos esperan un sí. No es fácil defender lo que se cree correcto cuando el mundo parece preferir lo fácil en lugar de lo justo. Pero si renunciamos a la justicia por miedo a incomodar, ¿en qué nos convertimos? La bondad sin justicia es un ideal vacío, una puerta abierta a la complacencia. Ser buenos no significa permitir que otros crucen nuestros límites, ni aceptar aquello que sabemos que está mal solo porque resulta más sencillo.

La bondad no debe ser ingenua, y la justicia no tiene por qué ser cruel. Encontrar el equilibrio entre ambas es quizás uno de los mayores desafíos de la vida. La clave no está en elegir entre ser bueno o ser justo, sino en saber cuándo ser cada uno. A veces, la justicia requiere dureza; otras, la bondad exige paciencia. Pero ambas, cuando se practican con intención, nos llevan a un mismo destino: el respeto por uno mismo y por los demás. Si alguna vez te encuentras en una encrucijada entre hacer lo bueno y hacer lo justo, recuerda esto: la bondad es hermosa, pero sin justicia, no es más que una sombra de lo que podría ser. Y la justicia, cuando nace desde el amor y no desde el ego, es la forma más genuina de la bondad.

© 2025 Angel Vázquez. Todos los derechos reservados.


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