Hay frases que parecen escritas para ti, que llegan en el momento exacto, como un susurro que despierta algo dormido en tu interior. Eso me ocurrió cuando leí una frase de Mario Benedetti que decía: «Si algún día me encuentras mirando hacia un punto fijo, acércate en silencio y abrázame fuerte, estoy tratando de ganarle a la batalla de mis pensamientos». No fue una lectura casual; fue como si Benedetti hubiera decidido tomarme de la mano y llevarme a reflexionar sobre mis propios silencios.
Recuerdo el día que encontré esas palabras. Era una tarde cualquiera, pero yo no estaba bien. La rutina me había absorbido y, aunque avanzaba, sentía que caminaba a ciegas, sin rumbo claro. Fue entonces cuando tropecé con esa frase, y algo cambió. No era solo un conjunto de palabras bien hiladas; era un espejo que me obligaba a detenerme, a mirar de frente las batallas silenciosas que llevaba dentro y que tanto me esforzaba por ignorar.
Cerré el libro y dejé que el silencio hiciera eco en mi mente. Me vi a mí mismo en esos momentos en los que la mirada se pierde, no porque no haya nada que ver, sino porque hay demasiado dentro. ¿Cuántas veces había tratado de silenciar esos pensamientos con ruido, con actividades, con distracciones? Y sin embargo, allí seguían, aguardando el momento en que me quedara quieto, en que no pudiera escapar. Esa tarde decidí enfrentarme a mi propio punto fijo. No huí, no busqué respuestas inmediatas. Solo me permití sentir. Porque a veces, lo que más necesitamos no es resolver de inmediato, sino aceptar que estamos en medio de una tormenta. No hay nada más humano que librar batallas internas, y no hay mayor valentía que reconocerlo.
Mientras reflexionaba, me di cuenta de que esas palabras de Benedetti no solo eran un llamado a aceptar nuestras propias luchas, sino también una invitación a ser ese abrazo para alguien más. ¿Cuántas veces hemos pasado junto a alguien que, en silencio, está librando una guerra que no podemos ver? ¿Cuántas veces hemos dejado de acercarnos porque no sabíamos qué decir, sin comprender que a veces no hace falta decir nada? Un abrazo puede ser el puente entre el ruido interno y la paz que tanto anhelamos. Pensé en las veces que alguien me ofreció ese abrazo en mis momentos más oscuros. Esas conexiones no solo me ayudaron a seguir adelante, sino que me recordaron que, incluso en las batallas más solitarias, nunca estamos realmente solos. Hay algo poderoso en el simple acto de estar presente, de ser un refugio para alguien más, incluso si no entendemos del todo lo que están enfrentando.
Ahora, cada vez que mi mente comienza a llenarse de pensamientos caóticos, intento recordar esa frase. Me doy permiso para detenerme, para mirar hacia ese punto fijo sin sentirme culpable. Porque en esa pausa, en esa quietud, encuentro la oportunidad de entenderme mejor. Y cuando el peso se hace demasiado grande, también me permito buscar un abrazo, aceptar que no tengo que cargarlo todo solo. Benedetti tenía una manera única de capturar la esencia de lo que significa ser humano, de reconocer nuestras fragilidades sin juzgarlas. Su frase no es solo un recordatorio de que nuestras batallas son reales; también es una invitación a la empatía, a acercarnos a los demás con silencio y compasión, a ser ese abrazo que todos necesitamos en algún momento.
Así que, si algún día me encuentras mirando hacia un punto fijo, no tengas miedo de acercarte. No es un momento de debilidad; es un momento de humanidad. Y tal vez, con ese abrazo, logremos que la batalla se sienta un poco menos solitaria. Porque al final, todos estamos tratando de ganarle a algo, y un gesto sencillo puede hacer toda la diferencia.
Deja un comentario