El Motor de la Vida: Vivir con Pasión

Existen dos tipos de personas en este mundo: las que caminan por la vida como espectadores y aquellas que viven como protagonistas. Las primeras observan el tiempo pasar, se aferran a la seguridad de lo predecible y se protegen del riesgo. Las segundas, en cambio, sienten el latido acelerado de sus corazones cada vez que persiguen algo con pasión. Se lanzan al vacío porque entienden que, aunque la caída pueda doler, no hay vida plena sin el vértigo de la entrega total.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo comenzamos a temer a la pasión? ¿Cuándo decidimos que era más seguro vivir a medias que entregarnos por completo? Estamos viviendo pensando que el entusiasmo excesivo es peligroso, que aquellos que sienten demasiado son ingenuos, que la emoción es pasajera y que lo sensato es contenerse. Pero contenerse es resignarse, y la resignación es el primer paso hacia una vida apagada.

Se habla mucho sobre la importancia de «pensar en grande», de fijarse metas ambiciosas, de querer más. Pero el verdadero secreto no está en la mente, sino en el corazón. Quien siente en grande, inevitablemente piensa en grande. La pasión es la que le da dirección a nuestros pensamientos, la que acelera nuestro cerebro, la que hace que nuestras ideas sean más agudas, más veloces, más profundas. Cuando te apasionas por algo, tu visión del mundo cambia. No ves obstáculos, ves posibilidades. No ves esfuerzo, ves una oportunidad de superarte. No ves miedo, ves el llamado a la acción. Y lo más importante: no necesitas que nadie te impulse desde fuera, porque la pasión nace desde dentro. No es un espectáculo para que los demás te aplaudan, no es una estrategia para brillar. Es una necesidad, un impulso vital.

Los grandes innovadores, artistas, pensadores y líderes de la historia no fueron necesariamente los más inteligentes o los más privilegiados. Fueron los que sintieron algo con tanta intensidad que no pudieron ignorarlo. La pasión es el idioma de quienes transforman la realidad. No hay descubrimiento sin curiosidad, no hay arte sin emoción, no hay cambio sin el deseo ardiente de hacerlo posible. Pero aquí es donde muchos se detienen. Porque la pasión no es cómoda. No es un sendero sin desafíos ni un camino sin caídas. Es lo contrario: una montaña que escalar, un fuego que arde y que a veces consume. Es una apuesta en la que no siempre se gana, pero en la que cada paso vale la pena. Y es ahí donde se diferencian los que solo fantasean con la idea de una vida extraordinaria y los que realmente la viven.

Si la pasión es tan poderosa, ¿por qué tantos la evitan? Porque apasionarse es exponerse, y exponerse significa arriesgarse a perder. Quien ama, puede sufrir. Quien sueña, puede fallar. Quien se entrega, puede ser rechazado. Pero lo que muchos no entienden es que el verdadero fracaso no está en caer, sino en nunca haberlo intentado. Tememos al dolor, pero olvidamos que el mayor dolor es la mediocridad de una vida sin propósito. Nadie recuerda los días grises en los que no pasó nada. Se recuerdan los momentos en los que el corazón latió más fuerte, los instantes en los que el miedo cedió y la pasión tomó el control.

La pasión no se compra ni se hereda. No es algo que se nos entrega, sino algo que debemos encontrar. Algunos la descubren temprano en la vida; otros, después de muchas búsquedas y errores. Pero lo cierto es que está ahí, esperando ser desenterrada. No se trata de que todos deban tener la misma pasión. No se trata de fama, de dinero o de reconocimiento. Se trata de aquello que despierta en cada uno un sentido de propósito. Para algunos será escribir, para otros construir, ayudar, investigar, emprender, crear. Da igual cuál sea el camino, lo que importa es que lo recorras con fuego en el alma.

La pasión y la ambición van de la mano. No una ambición vacía, basada en el deseo de acumular más, sino una ambición auténtica, nacida del deseo de hacer, de crear, de dejar huella. Quien tiene pasión, inevitablemente tiene ambición. No se conforma, no se acomoda, no se resigna. Busca más porque sabe que puede dar más. Y en esa búsqueda, se encuentra a sí mismo. Así que la pregunta no es si tienes pasión, sino si estás dispuesto a encontrarla. Deja de ser espectador y comienza a ser protagonista. Porque solo hay dos opciones: esperar o actuar. Y la diferencia entre ambos caminos es la diferencia entre existir y vivir.

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