Elijo cada día amarte sin cadenas

Porque solo en la libertad el amor es auténtico. Solo en la libertad el amor puede crecer. Durante mucho tiempo, se ha creído que amar significa retener, asegurarse de que la persona amada no pueda alejarse. Se piensa que el amor es una promesa inquebrantable, una garantía de permanencia. Pero con el tiempo, y a veces con dolor, se entiende que el amor no es una celda donde alguien se queda porque no tiene opción, sino un lugar al que se regresa porque se quiere.

Existen dos formas de amar: desde el miedo o desde la libertad. Quien ama desde el miedo necesita pruebas constantes, palabras que afirmen una y otra vez que el otro no se irá. Necesita controlar, porque teme. Y el miedo envenena el amor. Lo convierte en una transacción donde el precio es la libertad de ambos. Pero, ¿de dónde nace este miedo? A menudo, de heridas pasadas, de historias de abandono, de una cultura que nos ha enseñado que el amor verdadero debe doler, debe implicar sacrificio, debe exigir pruebas.

Los grandes amores son aquellos que han aprendido a mirarse sin cadenas, a respetar los espacios del otro sin sentir que eso es una amenaza. Son aquellos que han entendido que el amor no se retiene, sino que se cultiva. Que el amor no se asegura con condiciones, sino que se fortalece con la confianza.

El amor puede imaginarse como un refugio. Un lugar donde cada uno es libre de ir y venir, pero donde se regresa porque se encuentra paz, porque se elige, porque se siente bien. Y la única forma de que ese refugio sea real es si no hay miedo, si no hay imposiciones. Porque cuando el amor se vuelve una obligación, cuando alguien siente que tiene que quedarse por miedo a causar daño o por compromiso, entonces el amor se marchita. Muchas historias de amor terminan porque una de las personas se siente atrapada. En el intento de garantizar la permanencia del otro, se puede llegar a ahogarlo. Pero el amor no se exige. No se mendiga. No se impone. El amor se ofrece y se renueva con cada elección consciente de seguir ahí.

Decir “Eres libre de estar aquí” es, quizás, el acto de amor más profundo que se puede ofrecer. Es renunciar al control y confiar en la voluntad del otro. Es reconocer que el amor, para ser real, debe ser libre.

Pero, ¿cómo se logra esto? ¿Cómo amar sin el miedo de que el otro se vaya? La respuesta es dolorosa, pero necesaria: entendiendo que el amor no pertenece a nadie. Que nadie debe su presencia. Que el amor no es una deuda, sino una elección. Y que, si alguien decide irse, duele, sí, pero no significa que lo que compartieron no fue real. Significa simplemente que su camino ha tomado otra dirección.

Hay muchas maneras de amar, y cada una es válida siempre que no implique sometimiento ni pérdida de identidad. Está el amor pasional, que consume como un fuego; el amor tranquilo, que crece con los años; el amor que es amistad profunda; el amor que renuncia para dejar ir. Cada una de estas formas tiene su belleza, y en cada una debe existir la libertad.

Este 14 de febrero, cuando tantos celebran el amor con promesas de eternidad, puede ser un buen momento para reflexionar: ¿se ama desde el miedo o desde la libertad? ¿El amor permite que el otro sea quien realmente es, o se intenta moldearlo para que encaje en lo que se necesita? ¿Se siente la relación como un refugio o como una cárcel?

Si se ama desde la libertad, se ha encontrado la única forma en que el amor puede durar. Si se ama desde el miedo, todavía hay tiempo de soltar, de confiar, de permitir que el otro elija quedarse.

Y si elige irse, aunque duela, aunque rompa, siempre hay que recordar: el amor real nunca es prisión. Es vuelo.

© 2025 Angel Vázquez. Todos los derechos reservados.


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