Hay una pregunta que pocos se atreven a hacerse.

¿Qué sentiré cuando llegue el final? ¿Miraré hacia atrás con serenidad o con el peso de lo que no me animé a vivir? Nos gusta pensar que tenemos tiempo, que la vida es un camino largo y predecible, pero la verdad es que nadie sabe cuánto le queda.

No quiero que mi último pensamiento sea un lamento. No quiero arrepentirme de las palabras que no dije, de los abrazos que no di, de los miedos que me ataron cuando tenía todo para ser libre. Porque la muerte no avisa, solo llega, y cuando lo hace, la única verdad que queda es cómo hemos elegido vivir. Pasamos demasiado tiempo preocupados por el futuro, calculando riesgos, buscando certezas que nunca llegan. Postergamos sueños porque creemos que habrá un mejor momento. Pero, ¿y si no lo hay? ¿Y si el único momento real es este?

Nos enseñaron a temerle a la muerte, pero lo que realmente deberíamos temer es llegar a ella sin haber vivido de verdad. Sin haber sentido la intensidad del amor, sin habernos permitido llorar cuando era necesario, sin haber reído hasta el cansancio, sin habernos arriesgado a ser quienes realmente somos. La vida no se mide en años, sino en momentos. No en lo que acumulamos, sino en lo que nos atrevimos a experimentar. No quiero ser de los que se despiden con la sensación de que pudieron haber sido más, de los que miran hacia atrás y ven más excusas que recuerdos.

Cuando llegue el final, no importarán los títulos, las cuentas bancarias, ni los éxitos que el mundo aplaudió. Importará a quién amamos, cómo lo hicimos, si nos atrevimos a mostrar nuestra vulnerabilidad o si nos escondimos detrás del orgullo. Importará si supimos pedir perdón y si también supimos otorgarlo. Si tuvimos el coraje de quedarnos cuando era difícil, pero también la valentía de soltar cuando era necesario. Si fuimos honestos con lo que sentíamos o si dejamos que el miedo decidiera por nosotros.

Los recuerdos que queden no serán de nuestras victorias personales, sino de la huella que dejamos en otros. Porque lo único que sobrevive a la muerte es el amor que supimos dar.

¿Cuántas veces nos callamos lo que sentimos? ¿Cuántos te quiero se quedaron atrapados en la garganta? ¿Cuántas reconciliaciones no llegaron a tiempo por orgullo? Creemos que siempre habrá otro día para hablar, para arreglar, para abrazar. Pero la vida no siempre concede segundas oportunidades. No quiero que mi despedida esté llena de palabras que nunca me animé a pronunciar. No quiero que el último recuerdo que alguien tenga de mí sea el de una conversación inacabada, un enojo sin resolver o una distancia que pudo haberse acortado con un solo gesto.

Pensar en la muerte no es un acto de desesperanza, sino una invitación a valorar la vida. A recordarnos que estamos de paso, que cada día es una oportunidad única, que no hay tiempo para postergar lo importante. Quiero vivir de tal manera que cuando llegue el final, no haya pendientes en mi alma. Que pueda cerrar los ojos en paz, sabiendo que amé sin reservas, que me equivoqué sin miedo, que abracé con toda el alma y que me atreví a sentir cada instante con intensidad. Cuando llegue el final, quiero despedirme sin arrepentimientos. Y eso, solo se logra viviendo hoy, aquí y ahora, con la certeza de que no hay otro momento más real que este.

Nada dura para siempre. Por eso, vive antes de que sea tarde.

© 2025 Angel Vázquez. Todos los derechos reservados.

Comments

Deja un comentario