Vivimos rodeados de ruido. No solo del que hacen los coches, los teléfonos o las calles llenas. Hay otro ruido más sutil, pero igual de ensordecedor: el de las expectativas ajenas, el de las comparaciones, el de lo que deberíamos estar haciendo y aún no hemos hecho. Ese ruido interno que se disfraza de urgencia, de exigencia, de necesidad de correr para no llegar tarde a algo que, en realidad, nunca fue nuestro destino.

En medio de todo ese alboroto, cuesta escuchar. Cuesta oírse. Cuesta darse cuenta de que, aunque parezca que el mundo funciona a gritos, la vida no grita. La vida, cuando quiere decirte algo importante, no lo hace con estruendo ni con titulares. Lo hace bajito. Muy bajito. Y tú decides si haces silencio para escucharla… o si sigues haciendo ruido para no oírla.

La vida te habla en forma de intuición. En esa corazonada que no puedes explicar pero que insiste en que no vayas por ahí. Te habla cuando una canción te conmueve sin saber por qué. Cuando una persona te sonríe en el metro y, por un instante, sientes que todo está bien. Te habla cuando te caes, no para castigarte, sino para que entiendas algo. Y también cuando aciertas, no para que presumas, sino para que recuerdes lo que se siente estar en tu lugar.

La vida no te da respuestas en voz alta. Te las sopla al oído en los momentos más sencillos. Un paseo sin destino, un café caliente entre las manos, una conversación que parecía banal pero te deja pensando durante días. Y si prestas atención, descubrirás que esos momentos contienen claves que no están en ningún libro, pero que cambian la vida más que cualquier teoría.

“La vida no te llama a gritos. Te espera en los silencios que te atreves a habitar.”

Sin embargo, la mayoría de nosotros hemos aprendido a vivir deprisa. A llenar cada vacío con ruido, con movimiento, con más metas que sensaciones. Nos da miedo parar. Nos asusta el silencio porque en él se esconde lo que evitamos: las dudas, los anhelos, las verdades que no nos animamos a mirar de frente.

Y es precisamente ahí, en esa pausa que tanto evitamos, donde la vida más tiene para decirnos.

Haz una pausa cuando no sepas qué camino tomar. Hazla aunque todo a tu alrededor te grite que sigas, que no te detengas. Porque si no te detienes, puedes pasarte la vida corriendo… sin saber hacia dónde. Y cuando al fin te detienes, cuando te permites estar contigo sin filtros ni disfraces, es entonces cuando empiezas a escuchar.

Escuchas que ese trabajo no te llena. Que esa relación te apaga. Que ese sueño no es tuyo. O que sí lo es, pero hace tiempo que lo abandonaste.

También escuchas lo que sí: lo que te da paz, lo que te enciende, lo que te hace volver a ti.Y eso, eso vale más que cualquier éxito externo.

“La vida siempre responde. El problema es que no estamos acostumbrados a preguntar en voz baja.”

El alma tiene su propio lenguaje, y no usa gritos ni explicaciones. Habla con señales, con emociones, con movimientos sutiles. Si vas muy deprisa, te los pierdes. Si estás distraído, los confundes. Pero si te abres a sentir, aunque sea incómodo, la vida te muestra lo que necesita mostrarte.

Una herida puede ser una llamada.

Una pérdida, una oportunidad de reconexión.

Una soledad inesperada, el comienzo de una nueva intimidad contigo.

No todo tiene que entenderse con la mente. Algunas verdades solo se comprenden con el corazón. Y otras, solo cuando estás listo para recibirlas.

La vida te habla bajito cuando no estás buscando. Cuando simplemente estás. Cuando caminas sin mirar el reloj, cuando ríes sin pensar en nada más, cuando lloras sin juzgarte. Te habla cuando sueltas el control, cuando dejas de planificar cada paso, cuando decides confiar en algo que no sabes explicar, pero que se siente real.

Quizá hoy la vida ya te habló. Quizá lo hizo a través de una frase que leíste sin esperarlo, de una persona que se cruzó contigo por azar, de una sensación que no supiste poner en palabras pero que te cambió el día. Quizá no lo notaste, porque estabas en otra cosa. Porque estabas esperando algo más grande, más evidente, más perfecto.

Y sin embargo, ahí estaba. Pequeño, silencioso, verdadero. Como todo lo que de verdad importa.

Si algo puedo decirte, es esto: no esperes a que la vida te grite. Escucha ahora. Escucha bajito. Haz silencio. Cierra los ojos. Respira. Porque en ese gesto sencillo puede estar la respuesta que llevas años buscando.

Angel Vázquez

Explorador de las emociones y las relaciones humanas, escribe para comprender y compartir lo que nos hace auténticamente humanos.

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