Sal con un valiente. No con alguien perfecto, ni con alguien que parezca tenerlo todo bajo control, sino con quien haya conocido el miedo y aun así decida quedarse. Con alguien que, a pesar de sus grietas, no deja de construir. Con quien no teme mirarte de frente y decirte: “Estoy aquí, aunque tiemble”.
Porque el valiente no es quien no duda, sino quien se permite temblar y, aun así, da el paso. Es quien no oculta sus heridas, sino que las comparte con dignidad. Es quien elige no huir, aunque tenga todas las excusas para hacerlo.
Sal con alguien que no huya cuando se pone difícil. Que no se encierre cuando algo le duele. Que no escape cuando lo empiece a sentir de verdad. Porque el amor —el de verdad— empieza cuando los disfraces caen y solo queda lo auténtico. El valiente no necesita levantar la voz para imponer respeto. Su fuerza está en la forma en que sostiene. En cómo escucha. En cómo se queda cuando otros ya habrían corrido. No necesita controlarte. No necesita manipularte. Solo quiere acompañarte.
Sal con un valiente. Con alguien que haya llorado sin esconderse. Que haya amado y perdido. Que haya conocido la traición, la soledad, la caída… y aun así, siga creyendo en el amor. Que no le tema al dolor porque lo ha transformado en crecimiento. Que no te idealice, pero tampoco te minimice. El valiente te mirará sin buscar completarte, porque sabe que no estás rota. El valiente no quiere salvarte, quiere caminar contigo. No quiere encadenarte, quiere que vueles más alto. Y estará ahí cuando aterrices.
Sal con quien sepa tocarte el alma sin invadirla. Que no te convierta en proyecto, sino en compañero. Que no pretenda que seas perfecta, pero tampoco permita que te olvides de ti. El valiente no siempre tiene certezas. Pero tiene coraje. Para pedir perdón. Para empezar de nuevo. Para decir “me equivoqué” o “tengo miedo”. Y eso es todo lo que se necesita para construir algo real.
Sal con quien no tenga miedo de verte libre. Con quien entienda que amar no es retener, sino acompañar el vuelo. Que no te encierre en expectativas, sino que te potencie desde la confianza. Que celebre tu esencia sin intentar moldearte. Porque el amor valiente no promete que no habrá tropiezos. Promete presencia. Promete verdad. Promete sostenerte la mano incluso cuando tiemble. Y eso, en un mundo de amores tibios y fugaces, lo cambia todo.
Sal con quien no quiera impresionarte, sino conocerte. Con quien te mire a los ojos cuando hables. Con quien no tenga prisa por conquistarte, pero sí una profunda intención de cuidarte. De honrar tu historia. De quedarse cuando ya no sea fácil. Un valiente no siempre será el más romántico. Pero será el más real. El más comprometido. El que estará ahí en silencio cuando no sepas cómo hablar. El que hará preguntas incómodas porque quiere conocerte en serio. El que no mirará solo tu risa, sino también tu tristeza.
Sal con quien no tenga miedo a tu sombra. Que no se vaya cuando no seas luz. Que sepa que todos tenemos días grises y aún así elija quedarse para ver cómo vuelve tu sol. Porque el verdadero acto de valentía no es enamorarse. Es quedarse cuando amar implica vértigo. Es elegirte cada día sin que nadie lo exija. Es atreverse a sentir… cuando sería más fácil cerrar la puerta. No te confundas: el valiente no es quien siempre puede. Es quien elige ser vulnerable. Es quien se desarma contigo. Quien no teme mostrarse en carne viva. Porque el que ama con el corazón abierto… está dispuesto a sanar contigo.
Sal con quien tenga los pies en la tierra pero el alma en las estrellas. Con quien entienda que el amor no es lineal. Que habrá días de dudas. Que habrá silencios. Que habrá curvas. Pero que el camino vale la pena si se camina en verdad. Un valiente no teme al compromiso. No porque no haya tenido miedo antes, sino porque aprendió que comprometerse no es perderse, sino encontrarse. Y sabe que amar no es renunciar a uno, sino aprender a sumar dos mundos que se respetan.
Sal con quien no quiera ser tu todo, pero sí estar cuando lo necesites. Con quien no te busque por necesidad, sino por elección. Con quien quiera construir un espacio donde ambos puedan ser. El valiente no te quiere para calmar su vacío. Te quiere porque reconoce en ti algo que honra, algo que admira, algo que lo mueve. No por carencia. Por conexión. Y cuando lleguen los días en los que dudar te parezca más fácil que confiar, el valiente no te obligará a nada. Solo se quedará. Callado si hace falta. Presente si lo permites. Porque sabe que el amor también es paciencia.
El valiente no tiene respuestas para todo. Pero no se va.
El valiente no evita la incomodidad. Se sienta con ella.
Una soledad inesperada, el comienzo de una nueva intimidad contigo.
El valiente no se esconde tras el orgullo. Se atreve a pedir ayuda.
El valiente no siempre gana. Pero siempre da.
Sal con quien te permita sentirte en casa. Con quien puedas reír sin filtro. Llorar sin culpa. Amar sin medida. Y crecer sin miedo.
Porque el valiente… no busca adornos. Busca alma.
Y si encuentra la tuya, hará de su ternura un abrigo.
Y de su presencia, una certeza.
Y de sus manos… un lugar donde descansar.
Al final del día, todos buscamos lo mismo:
alguien que se quede cuando el mundo se apague.
Alguien que abrace nuestras ruinas y vea en ellas arquitectura.
Alguien que no tema amar con todas las consecuencias.
Sal con un valiente… y tú también te volverás uno
Angel Vázquez
Explorador de las emociones y las relaciones humanas, escribe para comprender y compartir lo que nos hace auténticamente humanos.
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