Sé que nunca te diré que, desde otro beso, fui a buscarte.
El amor, ese hilo invisible que nos une y nos separa, tiene formas misteriosas de manifestarse. A veces, creemos haberlo dejado atrás, pero en lo más profundo de nuestra alma, sabemos que seguimos buscando a esa persona que nos marcó. No siempre lo admitimos, incluso a nosotros mismos. Pero el corazón, en su infinita honestidad, no olvida.
Quizás el destino nos juega bromas crueles, o tal vez simplemente nos recuerda que hay amores que nunca se extinguen. Nos mentimos diciendo que hemos seguido adelante, que el pasado quedó enterrado, que los labios que ahora besamos nos bastan. Pero en algún rincón de la memoria, entre susurros de lo que fuimos, seguimos buscándonos.
El engaño de los nuevos comienzos.
Dicen que la mejor manera de olvidar a alguien es conocer a alguien más. Y así, nos lanzamos a nuevas historias, nuevas caricias, nuevas miradas. Sonreímos, nos convencemos de que el presente es suficiente. Sin embargo, hay momentos—instantes furtivos en medio de la noche o en el eco de una canción—en los que comprendemos que no buscamos solo amor, sino una réplica del amor que perdimos. Buscamos en otros la risa que nos hacía sentir en casa, el tono de voz que nos susurraba verdades dulces en la madrugada, la forma en que una mirada era suficiente para entenderlo todo. Pero nadie es igual, y en esa diferencia encontramos un dolor sordo, una nostalgia que se instala y nos acompaña en silencio.
El amor como ausencia.
Amar a alguien que ya no está es vivir con una ausencia perpetua. Es un vacío que no siempre duele, pero que nunca desaparece del todo. Es la certeza de que, en algún punto del universo, existe una parte de nosotros que quedó anclada en otro cuerpo, en otra historia que no pudimos sostener. Quizás por eso el amor duele tanto: porque no se cierra con el tiempo, sino con la aceptación. Y esa aceptación no siempre llega. A veces, se disfraza de indiferencia, de resignación, de un “estoy bien” dicho con firmeza. Pero, en el fondo, seguimos recordando.
Los amores que nos definen.
No todos los amores son eternos, pero algunos son definitivos. Marcan una línea entre lo que éramos antes y lo que somos después. Son amores que nos enseñan, que nos rompen, que nos reconstruyen de maneras que nunca imaginamos. No siempre terminan como esperamos, pero siempre dejan huella. Esos amores nos transforman porque nos obligan a mirar dentro de nosotros mismos. Nos hacen preguntarnos qué queremos, qué estamos dispuestos a perder, hasta dónde podemos llegar por amor. Nos confrontan con nuestras sombras y nuestras luces, con nuestras fortalezas y nuestros miedos más profundos.
El acto de buscar sin saberlo.
Y así seguimos, construyendo nuevas historias, convenciéndonos de que hemos dejado el pasado donde pertenece. Pero, en algún momento, la verdad se filtra entre las grietas de nuestra mentira: seguimos buscando. No buscamos una persona, no realmente. Buscamos una sensación, un refugio, una emoción que creíamos irrepetible. Queremos volver a sentir lo que una vez sentimos, pero sin revivir el dolor de perderlo. Queremos encontrar a alguien que nos haga olvidar que alguna vez amamos tanto. Y tal vez, en el proceso, encontremos algo aún más valioso: una nueva versión de nosotros mismos, más sabia, más fuerte, más capaz de amar sin miedo. Porque al final, no se trata de buscar a alguien en otros besos, sino de encontrarnos a nosotros mismos en cada paso que damos hacia adelante.
Deja un comentario